Hoy no vengo a hablaros de libros…

Hoy vengo a hablaros de mí, de esa parte que casi nunca enseño. De salud mental.
De eso que muchas veces dejamos para el final de la lista, como si no fuera tan importante como el resto.

Desde que estrené ¡Arréstame, por favor! he estado subida en una montaña rusa. Y no hablo de esas en las que te ríes hasta que te duele la barriga, sino de las que te dejan sin aire. Subidas que parecían un sueño y que no sabía cómo gestionar, bajadas tan rápidas que me hacían gritar por dentro. Entre tanto vaivén, apareció un murmullo. Apenas un susurro, pero constante. Una voz que se coló en mi cabeza para decirme que no me merecía nada de lo que estaba viviendo.

¿Os ha pasado alguna vez eso de sentir que no estáis disfrutando algo que debería haceros felices?
A mí sí.

Y lo sé, suena raro, porque desde fuera todo parecía perfecto. Iba como la seda, debería de estar disfrutando, sonriendo a todas horas… Pero las emociones son caprichosas, y cuando no terminamos de encajarlas bien, se abren grietas. Viejas heridas que regresan y nos dejan frente a un caos difícil de gestionar.

Me sentí como Riley en Del Revés 2, cuando Ansiedad toma los mandos. Solo que, en mi caso, la mía se quedó más tiempo del que debía, y lo hizo cogida de la mano de la Depresión.

De pronto pensé que estaba rota por no poder disfrutar de lo que tenía delante. Me repetí que había algo malo en mí. No acepté ser débil, ni frágil. No me permití caer. Y en esa autoexigencia, me puse más peso del que podía cargar. Cada mínima cosa que pasaba a mi alrededor me desbordaba, ensanchaba el agujero del pecho. Lloraba a escondidas, en silencio, como si mis lágrimas no merecieran ser escuchadas.

Ahora lo sé. He buscado ayuda. He ido al psicólogo para ponerle nombre a ese monstruo que se escondía debajo de mi cama y que me robaba el sueño. Ese que acechaba en los rincones oscuros, esperando el momento perfecto para apoderarse de mi corazón.

Sé que lo superaré. No tengo dudas. Porque voy a poner todo mi empeño, cada pedacito de mí, en conseguirlo. Pero mientras tanto quiero deciros algo: está bien estar tristes. Está bien estar cansadas, sentirnos agotadas de pelear contra algo que a los ojos de los demás puede parecer invisible, aunque nosotras sintamos que nos está ahogando un poco más cada día.

No somos débiles por pedir ayuda. No estamos rotas por llorar. Somos humanas. Y eso, aunque a veces se nos olvide, también es valioso.

Si tú también lo sientes, que sepas que no estás sola.
✨ Porque incluso en la oscuridad, seguimos siendo luz.

S.J García
Resumen de privacidad

Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.