Nací en 1983, en una época salvaje donde disfrutábamos de sencillas alegrías: jugábamos a las canicas, al elástico y corríamos por las calles para jugar a poli – ladrón al ritmo de las canciones de Madonna, Michael Jackson, Radio Futura y muchos más.
Las tardes se deslizaban acompañadas de un bocadillo de chocolate mientras veíamos con fascinación Dragones & Mazmorras, Caballeros del Zodiaco, Candy&Candy y Campeones. En aquellos tiempos inocentes, creíamos que repetir «Verónica» tres veces frente a un espejo nos condenaría de por vida. Sí, es una época que jamás olvidaré, la época en que descubrimos internet y esperábamos ansiosos a que colgaran el teléfono para chatear por IRC, Messenger y mandar zumbidos sin parar.
Recuerdo los cumpleaños en familia, las rodillas raspadas y pedir cinco duros para comprar algún tesoro compartido con amigos. Esos años marcaron mi infancia y contribuyeron a forjar la mujer que soy ahora.
Crecí devorando todo lo que caía en mis manos, escribiendo pequeños relatos que quedaron ocultos en un cajón, pero que guardaban mis sueños más profundos. Con el tiempo, el amor tocó mi corazón y me convertí en mamá, transformando mi vida por completo. Fue entonces cuando las personas que me rodeaban empezaron a susurrarme que podía hacer mucho más con todas esas ideas guardadas en mi interior. Así, destapé una caja de Pandora que jamás podré cerrar, sumergiéndome en mil y una vidas, cada una más distinta, pero todas impregnadas de mi personalidad.
Porque mis historias están hechas para sentir, para experimentar la oscuridad, la luz, el amor y la amistad. Dejé fluir todas esas emociones para poder compartirlas con el mundo, y así encontré mi voz como escritora.